Memoria prehistórica

HE LEÍDO cosas asombrosas sobre la propuesta del genetista Church de traer al mundo un ejemplar de neandertal, una nación hipotética que pase lo que pase con ella siempre tendrá a disposición el himno de De Hotlegs: I'm a Neanderthal man/ You're a Neanderthal girl/ Let's make Neanderthal love. La más asombrosa de las cosas leídas es que la especie humana tendría cierta obligación moral de procurar el renacimiento de los neandertales, ya que los exterminamos. Es impresionante. Y no hay duda de que añade un pesado trabajo. Hasta ahora los hijos tenían la obligación moral de pagar por los crímenes de padres y hasta de abuelos. Y algunos yonquis del agravio exigían responsabilidades aunque los antepasados criminales no fueran consanguíneos sino simplemente connacionales. Pero lo que no se había visto es que tocara apechugar con los crímenes (¡o los hechos de guerra!) de un primo que tuvimos en el Paleolítico. Comprendo, en su cruda metáfora, que un hijo le espete a la madre: «¿Por qué me pariste?» Pero que un madre le espete al hijo: «¡Malparido!», eso sí que no me cabe en la cabeza.

Liberada de esa grotesca responsabilidad, la clonación del neandertal plantea cuestiones de gran interés. Naturalmente el hombre puede plantearse la posibilidad de recuperar una especie extinguida. No es preciso invocar más razones que las derivadas del coste/beneficio. Es decir las razones que llevan a criar animales. Pero se aprecia por simple intuición que el caso es diferente. Hay consenso científico, aunque discutido, en considerar que el neandertal no pertenece a la especie humana. No es un sapienssapiens. Pero sí es un homo. Dado que es cabezón, Church bromea con la posibilidad de que quizá nos ayudara a resolver la crisis. Pero más bueno parece el neandertal, al menos en los cromos, para el trabajo manual y la pelea. Quién sabe también si no sería un buen proveedor de órganos. Supongamos que fuera un mono que entiende: solo suficientemente listo como para obedecer. Un robot que sudara la gota gorda.

El neandertal, en fin, plantea de un modo extrañamente conmovedor la difícil pregunta habitual: qué es lo que nos hace humanos. Cuya respuesta por ahora más fiable es que sea la capacidad de hacernos preguntas.